sábado, 30 de abril de 2016

San Juan Pablo II y el redescubrimiento del Catecumenado

Tras las primeras notificaciones de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos durante el Pontificado de San Pablo VI, el Camino Neocatecumenal experimentó una expansión a nivel mundial con la ayuda de los catequistas itinerantes, que abrían en diócesis de todo el mundo, invitados por numerosos Obispos y párrocos, esta novedosa iniciación cristiana que tenía ya un cierto reconocimiento Papal, y es que en la primera Audiencia concedida al Camino el 8 de mayo de 1974 el Papa Pablo VI, saludó a los presentes con estas palabras: '¡He aquí los frutos del Concilio! Vosotros hacéis después del Bautismo lo que la Iglesia primitiva hacía primero: el antes o después es secundario. El hecho es que vosotros miráis a la autenticidad, a la plenitud, a la coherencia, a la sinceridad de la vida cristiana. Y esto tiene un mérito grandísimo que nos consuela enormemente'.

Poco tiempo después el Papa San Juan Pablo II entendió que la puerta de entrada a la vida cristiana era precisamente el Catecumenado, y éste era donde residía la fuerza de la Iglesia primitiva. Fue providencial que San Juan Pablo II hubiera estudiado el Catecumenado de los primeros siglos siendo sacerdote para posteriormente poder verlo realizado en el Camino Neocatecumenal por inspiración del Espíritu Santo. 



Tras la muerte de San Pablo VI y Juan Pablo I, fue elegido Mons. Wojtyla, que había sido Arzobispo de Cracovia, donde había conocido el Camino y que fue el primero en abrirlo en una diócesis polaca.

Justamente en 1952, don Karol, siendo un joven sacerdote, había escrito un artículo extraordinario por su actualidad: Catecumenado del siglo XX. Reflexionando sobre la Vigilia Pascual, examinaba los signos que manifiestan la resurrección de Cristo: la luz, que brota radiante de la resurrección y permite contemplar la nueva vida, y el agua, el paso del mar Rojo, símbolo del paso de la muerte a la vida. Por esto, en el centro de la noche se sitúa el Bautismo, que abre la posibilidad a un cambio de naturaleza, preparado por el catecumenado. ‘En esta noche –escribe– los catecúmenos deben nacer de nuevo. ¿Puede quizá nacer de nuevo quien ya está vivo? ¿Puede quizá existir una vida que no se ha experimentado hasta ese momento? Porque creer en el Dios que Cristo anuncia como su Padre no es sólo creer, sino nacer de nuevo; sabemos que nos adherimos no sólo a una confesión, a una religión, sino que recibimos una vida nueva’.

Posteriormente tuvo oportunidad de participar, siendo un joven obispo polaco, -entonces auxiliar de Cracovia- como uno de los padres conciliares que más contribuyó al redescubrimiento de la iniciación cristiana, y por tanto del catecumenado. En su intervención en el aula conciliar en 1962, en la discusión sobre el texto de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia, sostuvo tesis que, en aquella época, eran revolucionarias: ‘La iniciación cristiana no se hace sólo con el Bautismo, sino a través de un catecumenado durante el que la persona adulta se prepara a vivir su vida como cristiano. Por eso, es evidente que la iniciación es algo más que la mera recepción del Bautismo’.

Para monseñor Wojtyla este redescubrimiento del catecumenado, que ampliaba el concepto tradicional de la iniciación cristiana, era de la ‘máxima importancia, sobre todo en nuestra época, cuando incluso las personas ya bautizadas no han sido suficientemente iniciadas a la completa verdad de la vida cristiana’. Incluso siendo testigo de la fe de la Iglesia polaca, él veía, sin embargo, con claridad la fragilidad de la cristiandad frente a la secularización y a la apostasía del hombre moderno. Subrayaba, por tanto, dos aspectos profundamente nuevos:

- Que el catecumenado no era una catequesis doctrinal (como en general era vista la preparación al Bautismo en aquel tiempo), sino un proceso existencial de inserción en la nueva naturaleza de Cristo, caracterizada por la capacidad de amar incluso a los enemigos.
- Que el catecumenado, es decir, el proceso que preparaba al Bautismo, era tan esencial para el proceso de iniciación como el sacramento mismo.
Analizando la Iglesia primitiva, Wojtyla descubre, por tanto, que al centro de la evangelización estaba el testimonio personal y el catecumenado. Precisamente porque se encuentra de nuevo en un mundo pagano, la Iglesia debe recuperar el catecumenado que, en la Iglesia primitiva, era el eje de la evangelización.

Al término del debate conciliar sobre la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, una de las decisiones más importantes del Concilio –quizá poco notada en aquel momento– fue precisamente la de restablecer el catecumenado de los adultos como un proceso de gestación para recibir gradualmente una vida nueva (Sacrosanctum Concilium, 64). Esta decisión condujo algunos años después, en 1972, a la promulgación del Ordo Initiationis Christianae Adultorum (OICA), es decir, del Ordo o esquema que regula el proceso de la iniciación al Bautismo de los adultos. En su capítulo IV propone incluso la utilización de algunos ritos, propios del catecumenado, para la catequesis de adultos bautizados pero no suficientemente catequizados.

En los años sucesivos este punto, todavía marginal, empezó a tomar cada vez mayor importancia en los documentos magisteriales. Pablo VI, en 1975, en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, en el párrafo 44, concluía: ‘Es ya evidente que las condiciones actuales hacen cada vez más urgente que la instrucción catequética sea dada en forma de un catecumenado. Posteriormente, en 1979, Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Catechesi tradendae, en el párrafo 44, había dicho: ‘Nuestra preocupación pastoral y misionera se dirige a quienes, a pesar de haber nacido en un país cristiano, e incluso en un contexto sociológicamente cristiano, nunca han sido educados en su fe y, como adultos, son verdaderos catecúmenos.

Finalmente, el Catecismo de la Iglesia católica, publicado en el año 1992, en el número 1231, formulaba explícitamente la necesidad de un catecumenado post-bautismal para todos los bautizados: ‘Por su naturaleza misma, el Bautismo de los niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del necesario desarrollo de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona’.

En pocos años se ha pasado del capítulo IV del OICA, que sugería sólo la posibilidad de usar algunas partes del catecumenado para los adultos ya bautizados pero no suficientemente catequizados, a una formulación que propone, para todos los que han sido bautizados de niños, la necesidad de un catecumenado post-bautismal.



No sólo el Magisterio ha acogido las ideas expresadas por Karol Wojtyla como joven sacerdote, y después en el aula conciliar, sino que la restauración del catecumenado para los bautizados ha llevado a formular la necesidad de que los cristianos ya bautizados redescubran la fe a través de un itinerario catecumenal, de manera de que sean capaces de responder a los desafíos actuales. Así, un documento que restablecía un proceso olvidado durante siglos para el Bautismo de los paganos, ha acabado por ser central en la vida de los bautizados


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